8.25.2002

Había una vez una mujer que no sabía escribir diarios.
Le gustaba mucho comprar cuadernos bonitos y que se los regalasen. Le gustaba escribir, le gustaba levantarse y anotar sus pensamientos, le gustaba aprender cosas escribiendo. Le gustaba verse madurar en las palabras. Pero aunque escribir con pluma también le encantaba, nunca encontró motivos suficientes para terminar un diario. Tendía a vivir para otros la vida que no estaba segura de querer seguir viviendo para ella misma.
Le daban miedo los cambios de letra, las desprolijidades, los borrones y tachaduras, pero también descubrir cualquier mañana que ya no tenía ganas de levantarse, que ella no era motivo suficiente para hacerlo.
Probó entonces con un diario que pudiese leer todo el mundo y que al mismo tiempo la obligase a ponerse en pie, como regar las plantas o dar de comer al gato, pero los dos que tuvo se le murieron dentro porque no todo el mundo supo entender con qué objeto los escribía ni tampoco ver qué sagrada era para ella tal ceremonia.
Un domingo sintió de pronto que lo que realmente quería era terminar un cuaderno, ser capaz de llenar hasta la última hoja en blanco y que fuese secreto y solo para ella. Y pensó que si después de intentarlo una vez más no le salía, quizá fuese hora de reconocer que lo suyo no era escribir diarios íntimos. Ese mismo día decidió abrir una nueva cuenta de correo. Empezar de nuevo muchas cosas. Crear otros ritmos. Inventarse un modo más dulce de vivir.

8.24.2002



El profesor de ajedrez
Federico Peltzer

Cuando al hombre se lo presentaron, en el Club Social del pueblo, no entendió bien el apellido; pero el otro, evidentemente, no era de ahí.

El individuo era alto, canoso y con barba muy cuidada, como los dandys de la época de Mansilla. En seguida el hombre propuso jugar al ajedrez. En realidad el hombre apenas sabía mover las piezas, pero aceptó.

Todas las tardes, con paciencia, el forastero le daba lecciones. No jugaban, sino que estudiaban métodos para lograr una buena posición después de la apertura, combinar en el medio juego, rematar bien los finales. Un día, el profesor le dijo:

- ¿Sabe que está jugando muy bien? Ya conoce casi tanto ajedrez como yo- El hombre se sintió halagado, pero no quiso alardear.
- En el casi está la diferencia- dijo.
- Sí, puede ser-, contestó el otro, como si pensara en que ta era tiempo de irse a otro pueblo menos aburrido.

El aprendizaje duró todavía una semana. Cuando el domingo llegó, el profesor dijo:
- Mañana me iré del pueblo; es lunes... pero antes, vamos a dar una última lección.
Empezaron. La partida era pareja y no se vislumbraban posibilidades para ninguno de los dos. Estaban en el medio juego y el profesor, que parecía preocupado, no había tenido oportunidad de señalar ningún error, como hacía habitualmente ante una jugada débil o incorrecta del hombre. De pronto lo miró, y dijo:
- ¿Quiere que juguemos en serio?
El alumno pareció no comprender: todo el tiempo había jugado en serio. El profesor aclaró:
- Quiero decir que sigamos esta partida hasta el final, ¿entiende? Sin que yo le indique nada. Un modo de medir sus fuerzas...

El hombre miró el tablero, repasó la posición y la consideró a la luz de todo lo que sabía. La partida era equilibrada y tenían las mismas piezas. Pero algo le gustaba. Era como una intuición de que iba a ganar, como un deseo de competir, de arriesgarse.

Miró el rostro impasible del profesor.
- ¡Bueno! - dijo.
Entonces el otro movió una pieza (le tocaba mover a él), y susurró:



- Mate.

Era cierto.
- Es admirable - dijo el alumno.- Aparentemente no había ningún peligro. Estábamos iguales...
- Así es, aparentemente-, señaló el profesor.
El hombre, ya resignado, comentó mientras se levantaban:
- Es malo fiarse mucho, ¿no? Esta ha de ser la última lección... ¿cómo me dijo que se llamaba?

- Dios.


Créditos de las imágenes
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8.16.2002

A la caza del Snark



Amarren los cordones de sus zapatos, provéanse de pañuelos de papel y agua deshidratada para el largo camino, despídanse de todos sus seres despedibles, acaricien por última vez ese mechón de pelo de la´Tía Nomeolvides que les dejó como única herencia, repítanse en voz alta los versos más emocionantes de su poema favorito... prepárense, amiguitos, porque vamos a salir a La Caza del Snark...

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8.13.2002



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